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Palomares: el arrullo del tiempo

El paisaje rural español es un mosaico de herencias, tradiciones y tecnología, abrazado por la fuerza de la naturaleza en todas sus formas. Entre campos de cultivo y dehesas, las arquitecturas ligadas al mundo agrícola y ganadero han dibujado los horizontes castellanos (y de buena parte de nuestra geografía) con estructuras de alto valor estético y cultural. Pozos de nieve, “bombos” de Ciudad Real, chozos, tenadas… y palomares. Estos últimos fueron esenciales en épocas de escasez, cuando el ingenio rural se convirtió en forma de subsistencia.

En tierras castellanas y leonesas, entre colinas suaves y campos de cereal, atravesando pinares resineros que impregnan el aire con su aroma acre y persistente, aparecen a lo lejos pequeñas construcciones coronadas por tejadillos ornamentales. Antiguos refugios de palomas, hoy resisten luna tras luna con un horizonte incierto.

Durante siglos, estas estructuras han dominado y embellecido nuestro paisaje agrícola. No ha sido hasta las últimas décadas, marcadas por la industrialización y el abandono del medio rural, cuando han comenzado a desaparecer y  caer en el olvido. Los palomares, con sus formas singulares y su arquitectura modesta pero resistente (muchos en una combinación exquisita de barro y uso de la teja árabe), fueron durante generaciones uno de los pilares invisibles y silenciosos del sustento rural.

Palomar de Torremormojón (Palencia) | © José Benito Ruiz
Palomar de Torremormojón (Palencia) | © José Benito Ruiz e Irma Basarte Diez

Rescatar el olvido

En un gesto valiente por recuperar su memoria, la escritora y fotógrafa Irma Basarte ha dedicado años de trabajo a documentar estas construcciones en su obra Palomares singulares I y II. Lo ha hecho junto al reconocido y multipremiado fotógrafo José Benito Ruiz, uno de nuestros referentes visuales más admirados dentro y fuera de nuestras fronteras.

El resultado es una obra que combina relato, imagen y geolocalización, dando forma a un atlas emocional y etnográfico de los palomares singulares españoles.

A través de intensas fotografías y textos cercanos, los autores nos guía por la tradición de la colombicultura, hoy denostada en nuestras megaurbanas ciudades, donde las (ahora grises) palomas son vistas con desdén.

En sus viajes, han podido comprobar que muchos de estos palomares, que antaño salpicaban nuestra geografía, se encuentran en avanzado estado de deterioro. Algunos caen por el uso intensivo del suelo; otros, por la demolición directa o simplemente por el paso implacable del tiempo.

El adobe, uno de los materiales más usados en su construcción, y excelente aislante, es también un elemento orgánico vulnerable: la lluvia y la falta de mantenimiento lo erosionan con facilidad. En la cornisa norte (Asturias, Cantabria), como es lógico, el barro fue sustituido por piedra, más adecuada para soportar los climas húmedos, otorgándoles mayor perdurabilidad.

Uno de los "palomares singulares" | © José Benito Ruiz
Uno de los «palomares singulares» | © José Benito Ruiz e Irma Basarte Diez

Palomas, polvo y patrimonio

Más allá de su belleza arquitectónica, los palomares han sido por décadas fuente de vida. Estas aves (tan cruciales durante las guerras del s.XX) proporcionaban carne y además una materia prima de gran valor: la palomina.

Este fertilizante natural era esencial en los campos de labor, pero también se empleaba en la curtición de pieles (como se sigue elaborando en algunas curtidurías tradicionales marroquíes) y, de forma más anecdótica, en la fabricación de la pólvora.

Hoy, cuando muchas de esas funciones han desaparecido caído en desuso, lo que queda no es solo la ruina física, sino el riesgo de perder también el conocimiento, los oficios las formas de vida que sostenían estas arquitecturas, antepasados de nuestros propios recuerdos infantiles.

Este tipo de iniciativas, que luchan contra el olvido de una España tantas veces vaciada (ahora tapizada de aerogeneradores y placas especulares), merecen un sólido respaldo institucional. Porque rescatar estas construcciones no es solo proteger un bien patrimonial: es reconectar con una forma de habitar el mundo, con un equilibrio más coherente y eco-lógico entre el ser humano, el paisaje y sus otros seres vivos.

Esperemos que este proyecto no acabe en el columbario del silencio. Ojalá las plazas de pueblos y ciudades se llenen de nuevo de palomas, y ellas, a su vez, puedan regresar a estos refugios que fueron su nido, abrigo y dormidero. Su enjambre seguro.

En un vuelo coral de plumón, arrullos y reflejos iridiscentes.

Puedes informarte de cómo y dónde adquirir los libros de Palomares Singulares haciendo clic aquí.

Publicado en wanderer

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